El concierto de Taylor Swift en Madrid era el más caro y ambicioso del año, con los mejores efectos visuales, lumínicos y pirotécnicos, de la artista más popular del mundo en el pico de su éxito, con las entradas más codiciadas, en el primer gran evento masivo del renovado Santiago Bernabéu, en su regreso a España tras 13 años y con un maratón de 45 canciones… pero el auténtico espectáculo fue el público.
La nación swiftie, formada principalmente por grupos de adolescentes, veinteañeras y treintañeras, transformó el estadio del Real Madrid en un volcán de adrenalina multicolor que borboteó durante tres horas y media, con el griterío ahogando la propia música. Los grupos se fundían en abrazos de purpurina y lentejuelas y las ovaciones subían desde la pista hasta lo alto de las gradas como un magma de euforia colectiva hasta rebotar contra la cubierta y volver a caer justo donde Taylor Swift ejecutaba este concierto que es un triple salto mortal, tan meticulosamente calculado en cada uno de sus movimientos. «Tocar aquí está siendo una experiencia mágica, es mágica de verdad», dijo cuando llevaba una hora mientras se le escapaba la risa.
Las 72.400 personas que agotaron las entradas en un pestañeo impulsaron la actuación a una dimensión superior, a ese espacio indescifrable de las emociones en el que cada momento wow, y hay un montón en este concierto, se transforma en una experiencia memorable.
La excitación que coloreaba las calles en las horas previas, cuando la Castellana a 30 grados parecía una fiesta temática de taylormanía, esa excitación que se había ido acumulando durante meses se desbordó como se revientan las presas en las películas. El escenario con una pasarela que casi llegaba al final de la pista era fabuloso, pero el espectáculo de verdad era la gente.