Los cambios, como el vino blanco, pueden ser muy buenos o pueden ser un castigo autoinfringido. Sintonizando Ya es mañana, el nuevo disco de la banda colombiana Morat, la evolución emprendida por sus cuatro músicos parece ir en la primera dirección. El rasgueo seco y cálido de las primeras canciones de Morat ha sido reemplazado por sintetizadores desafiantes; las tonadas de anochecer ante la hoguera en el bosque han cedido el protagonismo al reverb. Y el subgénero de pop enérgico ha salido de la crisálida que lo retenía. La banda ha desarrollado un sonido más maduro, más retro y, en definitiva, menos… Morat.
Pero ellos son los mismos. La conjunción de Juan Pablo Isaza, Juan Pablo Villamil y los hermanos Simón y Martín Vargas hace que la esencia del grupo permanezca inalterada. Prueba de ello es la comida que los retiene de llegar puntuales a nuestra cita, en la Cava Baja, una zona de tabernas que los músicos frecuentaban cuando vivían en Madrid. Con Ya es mañana Morat cambia, sí, y eso tiene a sus miembros «muy emocionados». Pero acaso sólo se transforme su manera de transmitir lo que sienten.
Las 14 canciones del álbum se dividen en dos caras que abordan el amor, el desamor y el paso del tiempo. «Ya es mañana es una actitud, un llamado a la acción, una reivindicación de los arrepentimientos», dice Isaza, uno de los vocalistas. El tiempo marca el compás del disco y sirve de hilo conductor a lo largo de un elepé que conforma, en realidad, una nueva era.
«La estética responde al sonido que ha ido evolucionando de manera coherente y muy intencionada», destaca Simón. Por cambiar, se han retocado hasta el color del pelo. «Si uno saca el moodboard de cómo se ve Morat hay demasiada influencia de los años 80 y los 90. Hay mucho denim, mucho color… Y lo más lindo es que nosotros venimos del negro». El color negro dominó la imagen de su cuarto álbum Si ayer fuera hoy (2022).